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Una noche de lluvia en París, enero, invierno. La ciudad de las luces está a oscuras, y la calle solo está iluminada por la señal del metro. Si no fuera por los faros de los coches que iluminan al peatón aventurero, la única luz disponible sería la del corazón. Una luz invisible que todos poseemos, en lo más profundo de nuestro ser.

