Esta fotografía fue tomada durante un paseo por una playa de Normandía, en el norte de Francia. Hay dos parejas en la foto, dos generaciones. No está realmente claro si ambos caminan hacia el mismo lugar, si sus caminos se cruzarán, o – más probable – si una de las parejas caminará más rápido y así, las parejas nunca se encontrarán.

En realidad, no se encontraron, pero me gustaría imaginar que sí, o al menos que podrían haberse encontrado. ¿Por qué? Porque cada generación es un eslabón en la gran cadena de la vida, y para que la cadena exista, los eslabones necesitan conectarse. En otras palabras, hay una necesidad de transmisión entre generaciones.

Los jóvenes están al comienzo de una aventura, y podemos imaginarlos teniendo mucho entusiasmo, porque a menudo todavía no son conscientes de las limitaciones y de los desafíos que se les presentarán a lo largo del camino. La pareja mayor puede ser más lenta, puede carecer de energía y puede no estar en posesión de todos sus medios, pero tienen experiencia, madurez, y tal vez, una chispa de sabiduría.

¿Qué es mejor, qué se necesita? Las dos cosas. Y más precisamente, el encuentro de los eslabones que permitirán que la cadena continúe. Este es el don de la transmisión, y en este proceso cada parte juega un papel: la vieja generación transmite y la joven recibe,
y así los jóvenes son capaces de desplegar sus alas y explorar el mundo, no imitando el camino del eslabón anterior, sino integrando la experiencia del pasado lo que puede darles más profundidad para crear y actuar en el presente, hacia un futuro que es su responsabilidad imaginar.