No importa cómo llamemos al sistema político con el que vivimos, y no importa cómo lo entendamos. Tomemos la democracia por ejemplo, ¿debe entenderse como el poder absoluto de la mayoría, o como un poder compartido por todos, en relación con su fuerza proporcional? En cualquier caso, sólo hay una cosa que realmente importa: lo que necesitamos como seres humanos para vivir en armonía, unidos y no separados, trabajando por un bien común que va más allá de cualquier interés personal particular.

Todos tenemos nuestro propio y específico papel que desempeñar, pero no estamos solos. Todos formamos parte de esta gran orquesta llamada «la humanidad». Necesitamos un conductor que nos una, que armonice los sonidos, que nos permita a cada uno descubrir y seguir nuestro propio ritmo y que permita que todos esos ritmos se conviertan en el «ritmo de la orquesta» para que juntos podamos ofrecer la belleza de una sinfonía.

Sin un conductor que regule el ritmo, el resultado sólo sería caos y confusión, resultando en un sonido horrible. ¿No es eso lo que está sucediendo ahora mismo? ¿Más o menos en todas partes de la tierra?

Necesitamos un conductor. Un conductor verdadero, un conductor sabio. No me importa su género, su color de piel, su camino político, su riqueza, su edad, su idioma o el color de su pasaporte. Sólo quiero que sea un gran conductor de orquesta. Quiero que sea un Filósofo por encima de todo.